lunes, 27 de septiembre de 2010

El turista de luto

Note el lector la mirada de típica envidia cochala de la que fue acusado el autor


Con todo el dolor de mi alma tuve que decirle que no a Miguel, mi dealer de libros; había llegado en su moto y como siempre que llega esperaba con ansias el encargo: 20 minutos antes me había llamado para decirme que tenía en sus manos el libro que publicaron, creo que con motivo del bicentenario de la llajta, con las fotografías del primer fotógrafo profesional que Bolivia tuvo, Rodolfo Torrico Zamudio, sobrino de la poetiza Adela y amigo inseparable de los perros.

El trabajo de Torrico es vital para comprender la sociedad boliviana de principios y mediados del siglo pasado, central como documento visual y ético de la Guerra del Chaco y necesario para comenzar a reconocernos como generadores de planteamientos estéticos y técnicos en el ámbito fotográfico. Algo de eso es mencionado en lo único que se puede rescatar del libro: el texto introductorio escrito por Ramón Rocha, recién nombrado El Cronista de la ciudad (el Cronopio de la ciudad, le hubiera sentado mejor).

Un momento antes de que Miguel me entregue el libro ya había lamentado el diseño de la tapa, pero ese sería el menor de los males que aquejan esta publicación: la tapa blanda no protege al disco compacto que acompaña, en la solapa de la contratapa, y tampoco condice con una edición cuidada (ni con los casi 300 Bs. que cuesta). Sin embargo todo lo anterior queda pequeño al lado de los tres serios problemas que tiene el mentado tomo:

1) El proceso de digitalización de las imágenes es, cuando menos, defectuoso pues no solamente no han sido “escaneadas” con la resolución adecuada, motivo que generó varias imágenes en las que se puede observar el píxel y suscita la pregunta si no pudieron conseguir un mejor scanner o si los tamaños escogidos para la edición no eran los apropiados. En todo caso la respuesta no importa, sí en cambio la sensación de una edición con muy poco cuidado o sin el asesoramiento de un técnico capacitado.

2) Para la impresión del libro se seleccionó material de baja calidad, tanto en papel como en tinta, aquello generó un pobre resultado, en lugar de apreciar el trabajo de “El turista” Torrico me preguntaba constantemente si los tonos de grises logrados eran los pensados y obtenidos inicialmente o si eran resultado del desastre bicentenario. Intentaré explicarme: cuando la tinta o el papel son de baja calidad sucede que el color negro no termina de fijarse correctamente y se “mancha” del color que queda en la hoja con la que hace contacto, si se tiene la mala suerte de que esa hoja sea blanca, resulta que ese espacio negro queda con pequeñas marcas blancas. En un trabajo como el de Torrico en el que tanto el blanco, como el negro y toda la escala de grises son centrales una impresión así echa por tierra cualquier intención inicial del autor.

3) Finalmente lo peor que le podía pasar a un conjunto fotográfico es que se publique sin tomar en cuenta que la sucesión de imágenes no se ordenan simplemente por el formato o por el tema, editar un libro fotográfico debe ser uno de los trabajos más difíciles que existen, para muestra el botón que dejaron algunos de los maestros en este arte: Adams, Frank, Cartier-Bresson, Larraín, Killip, Szyd o Koudelka quienes tenían claro que no era suficiente hacer fotos de alta calidad (técnica y estética) y que tampoco era suficiente que cuenten una historia sino, y sobre todo, encontrar un orden particular en las imágenes que formen una idea, que construyan un concepto (o varios) que le permitan al lector ir armando mentalmente una secuencia ordenada que prefigure ideas, sensaciones, recuerdos que vayan formando un ensayo visual con objetivos claros, en fin aquello que las editoriales serias denominan edición. Sin una edición adecuada una serie de imágenes individualmente muy cuidadas tanto en forma como en fondo puede convertirse en un amasijo de carne con madera, un grupo de fotos sin orden, un cha’jchu visual, o peor… un libro de “homenaje” al más grande fotógrafo boliviano.


(Publicado en Los Tiempos, Lecturas, el 26 de Septiembre de 2010)

Fe de erratas: Luego de la publicación, charlando con Mauricio Sánchez, llegamos a la conclusión de que se trataba de un error olvidarse de Cordero a la hora de establecer el fotógrafo más grande de la historia boliviana, queda entonces para el debate y se sugiere leer "al más grande fotógrafo cochala" donde dice "al más grande fotógrafo boliviano".

jueves, 9 de septiembre de 2010

Eduardo & Guillermo


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Crónica de un almuerzo literario


(De izquierda a derecha: Leonardo de la Torre, su nariz, Juan Terranova y Liliana Colanzi)



La mesa era un lujo por la compañía. A mi izquierda estaba Juan Terranova, escritor argentino cautivado por los misterios esotéricos del trancapecho de “Las islas” al que comparamos con los sándwiches de bondiola que se ofrecen a la rivera del Río de la Plata, allí cerca de la zona más exclusiva de Buenos Aires, en esos placeres se había sumergido, noche antes, de la mano de Edmundo Paz Soldán, que se ubicaba, ahora en la mesa, entre Liliana Colanzi y Tico Hasbún. El debate se formó en torno a la cantidad, consistencia y sabores de los picantes nacionales: se hizo un análisis comparativo entre las nacionales llajua y el picante de maní que acompaña a los anticuchos y el chimichurri gaucho, infaltable pareja de asados.

A mi derecha se sentó Diego Trelles Paz, peruano, Ph. D. en Literatura que ejerce la docencia universitaria cerca de Nueva York, quien explicó en qué consistían las “polladas” peruanas que la señorita Laura hizo tan populares desde su popular espectáculo televisivo Laura en América; Diego contó que son reuniones en las que los asistentes acompañan la cerveza con pantagruélicos pollos, hasta que las primeras se acaban (lo que puede ocurrir algunos días después) y que estas reuniones tienen el fin de recaudar algo de dinero para fines que van desde comprar una puerta hasta una parte de algún pasaje que permita intentar el sueño americano.

Al frente estaba, recién llegado a Bolivia (vacaciones, creo) Rodrigo Hasbún, el Tico de siempre, que profesa un vegetarianismo implacable, nacido de un profundo respeto hacia los seres vivos, que miraba con interés la ensalada que estaba sobre el plato de la artista plástica Alejandra Alarcón, sentada a su lado. Se retomó el tema de los picantes, pero fue Trelles quien entabló un diálogo sobre las sutiles diferencias entre los rocotos peruanos y sus primos locotos con el editor de finas maneras Bernardo Quiroga.

Los comensales atacábamos la comida preparada y decorada con exquisito gusto: res bañada en salsa dulce de frutos rojos del bosque, surubí en salsa de tres quesos, un “tapeque” de ensalada rusa hecho con masa de panqueques y una breve porción de brócoli aliñado con cebollas. Delicioso. Leonardo de la Torre iría a repetir el tapeque, mientras que los comensales vaticinaban el final del pulpo Paul y de sus predicciones futbolísticas.

El único que faltó en nuestra mesa, para que la charla sobre gastronomía fuese oficial, fue el óculo di vitro que charlaba manjares imaginarios a un par de mesas de distancia. El almuerzo ofrecido a los escritores, periodistas y amigos, en el marco del VI Encuentro iberoamericano de escritores en los jardines del Centro Simón I. Patiño, terminó con una coreografiada salida de los participantes ante la inminencia de la última de las semifinales de la copa sudafricana.

Cuando todos ya se iban de prisa, todavía alcancé a quedarme con Alfredo Bryce Echenique, el Maestro, bajo la sombra de los árboles, a charlar un momento sobre la curiosidad que tienen naturalmente los periodistas latinoamericanos, me aseguró que en esta parte del mundo tenemos mejor periodismo que en Europa pues allá, me dijo, “tienen tanta satisfacción de pertenecer al primer mundo que tienen una mirada muy alta de ellos y muy baja de los demás” que, además, han perdido la frescura y las ganas de indagar sobre cualquier tema, mientras que los latinoamericanos, dice, escribimos con un “complejillo de inferioridad, pero somos más cultos, más universales y todo nos interesa porque venimos de diferentes culturas”

Mientras Bryce hablaba y yo tomaba notas sobre cuán útil es hacer crónicas que tengan trasfondos literarios, las diminutas hojas seguían cayendo de los frondosos árboles sobre nosotros ¡Buen provecho!

Publicado en La Ramona el 11/07/10

Thor

Tomás está sereno. Sentado. Mira sus manos sobre las de Susana, su mujer en el otro mundo. Juega con las manos de ella y no quiere terminar de levantar la cabeza para mirarla. Todavía no cree que se hayan vuelto a encontrar. Le teme a esos ojos que no ve hace diez años, pero que lo acompañaron hasta el último respiro.

Tomás Eloy Martínez y Susana Rotker ya están juntos. Hace casi diez años que el maestro del periodismo esperaba este momento, desde ese 27 de noviembre de 2.000 cuando un bus le quitó de las manos, literalmente, la vida de la mujer con quien vivía y a quien tantas cosas Eloy le debía en sus escritos. Rotker escribió, entre otras cosas, un indispensable libro sobre la Historia de la crónica y su relación con el periodismo y la lucidez de esa mujer está y se agradece en cada párrafo.

Tomás Eloy ha muerto y detrás de él miles de aprendices de periodismo nos preguntamos qué hacer ahora, por dónde seguir; pero también millones de lectores de sus ficciones nos preguntamos hacia dónde deberíamos orientar las miradas y los oídos a la pesca de nuevas narrativas. Hay un tercer grupo de sus seguidores, uno que junta a los dos primeros en una corriente que el maestro tucumano bautizó como “ficciones verdaderas” que es la continuación de un género que se conoció como “nuevo periodismo”, “periodismo literario” y/o “paraperiodismo” que también nos preguntamos cómo seguir.

Martínez fue uno de los pocos que, en medio de tanto apocalíptico, se animó a integrar al periodismo a la narración desde una postura clara, con fundamentos teóricos y desprovista de visiones hipócritas: “los cínicos no sirven para este oficio” escucha detrás de él y cuando Tomás vuelca la cabeza ve, un poco más allá a Kapuściński, a quien saluda con un suave ademán. Saben que tienen mucho tiempo para ponerse al día.

Para comprender mejor la importancia de la obra de Tomás Eloy Martínez se debe partir de la precisión de que no sería preciso ponerles género a sus libros: mientras que algunos son sesudos ensayos escritos con la soltura de un cuentista, otros pueden ser novelas profundas con la investigación que requiere cualquier reportaje, de esos que pueden desestabilizar gobiernos. Los cierto es que su obra es prolífica y ha sido traducida a varios idiomas.

Sus novelas acerca de los líderes de uno de los momentos políticos más álgidos en Argentina (La novela de Perón y Santa Evita) son capitales para entender mejor la historia de los populismos. La pasión según Trelew es otra joya en la que la historia se convierte en la Historia, puede ser leído como el relato de las masacres de cualquier dictadura latinoamericana y algunos de sus artículos como el célebre El periodismo vuelve a contar historias (La Nación, Buenos Aires, 21 de noviembre de 2001) circula como sustancia psicotrópica ilegal entre los estudiosos del periodismo, pues es uno de los escasos textos que teorizan sobre las características fundamentales del periodismo narrativo, mientras que su Ficciones verdaderas indaga en las esquinas oxidadas de la Historia y encuentra allí las fuentes reales de algunas de las historias más increíbles de la novelística en una suerte de Aleph de la literatura universal.

Mientras camina calmo junto a su Susana, en ese Valhala de las letras, Tomás mira a maestros y pares: pasa al lado de Hemingway, y le parece reconocer al Martí cronista, reconoce los ojos duros de Gumucio Quiroga y más allá… más allá.

Publicado en Los Tiempos el 07/02/2010

viernes, 13 de agosto de 2010

Panosphere


La Recoleta

sábado, 26 de junio de 2010

Las carreras de Eduardo


La capacidad que tiene Eduardo Scott-Moreno para hacer muchas cosas y hacerlas bien recuerda a las historias contadas sobre los hombres del renacimiento, época en la que un orfebre podía pintar una magnífica visión sobre la llegada de Venus o que un genial pintor y diseñador de armas trabajase en la corte de Ludovico Sforza como cocinero. Eduardo tiene ya un lugar en la literatura nacional y no sólo por haber sido el único que ha ganado dos veces el premio nacional del novela, sino, y sobre todo porque ya cuenta con una obra consistente, inteligente, narrativamente bien estructurada y con una atención a los detalles que habla de un exigente esteta.

Pero más allá del escritor están el administrador de empresas y el abogado, que han logrado carreras académicas que incluyen postgrados y docencia en ambas áreas del conocimiento; con ambas carreras ha ejercido profesionalmente, pero además ha reflexionado y ayudado a construir corpus analíticos. Hace poco terminó su doctorado en Epistemología con un trabajo sobre Ludwig Wittgenstein, cuyo Tractatus Logicus-Philosophicus normalmente está entre los libros que más a mano tiene en su atiborrada biblioteca-estudio.

Sin embargo Eduardo tiene otra carrera, una menos pública y más exigente, una que no quiere terminar y que le demanda cada vez más esfuerzo y dolor. Scott-Moreno es un consumado corredor de largas distancias (alguna vez ha llegado a correr 60 kilómetros sin parar) que entrena disciplinadamente cuando, como ahora, no lo aqueja una recurrente lesión. El maestro del periodismo boliviano, Juan Carlos Gumucio, decía que había que desconfiar de los textos de escritores que hacen jogging, se refería despectivamente tanto a la literatura como a la carrera light, a aquellos que no les importa tanto el resultado sino la vanidosa actitud de ser vistos publicados o corriendo mientras que la obra de Scott-Moreno es profunda y compleja y su actitud hacia el entrenamiento deportivo raya lo obsesivo.

Hace poco el recordista boliviano, corredor olímpico, e incansable pensador de temas culturales y deportivos, Fadrique Iglesias, que publicó un artículo que comentaba el último libro del japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949): De qué hablo cuando hablo de correr, en el que decía que “Murakami, que viene sonando estos años como posible premio Nobel, en su libro abunda sobre las similitudes que percibe cuando se concibe como novelista y cuando lo hace como atleta aficionado: la soledad y su enfrentamiento (o disfrute). Condición necesaria (según él) para triunfar en estos dos modelos, vinculando a éstos, a su vez, el concepto de disciplina”

Scott-Moreno es disciplinado en todas sus carreras, tanto en las académicas como en las que hace bajo cualquier temperatura y sobre pistas sintéticas, playas israelitas o circuitos urbanos y no es difícil pensarlo sentado frente a su pequeño escritorio dentro de su alejándrica biblioteca durante horas con la única compañía (y goce) de su soledad, revisando minuciosamente cada palabra, diseñando con precisión arquitectónica la estructura de sus relatos, creando personajes tridimensionales capaces de cuestionar nuestras propias decisiones, re-inventando la realidad desde temas universales y completamente actuales, dándole un fino humor irónico a sus personajes y componiendo con meticulosidad la musicalidad siempre presente en sus textos.

Entre los proyectos que Scott-Moreno está por encarar se encuentran una novela, de la que dice haber avanzado cerca del 30%, un volumen de poesía que no sabe si va a publicar y un volumen con ocho cuentos que el siguiente mes debería salir a las librerías, asegura que no sabe si volverá a escribir novela, que piensa que podría haber terminado con ese género, pero no con la escritura, tiene ya preparada una obra sobre la formación del conocimiento humano, pero para mencionar proyectos de grandes dimensiones está gestando la creación de un diccionario físico-filosófico: “cuando uno revisa las grandes ediciones de los diccionarios de filosofía uno ve que faltan elementos importantes que son relativos a la física contemporánea” dice.

Lector crítico y asiduo de historia, ciencia, política, economía, conocedor de buenos vinos y de charla amena y de humor inteligente, este dedicado corredor formará parte del panel de escritores que luego de la primera semana de julio dialogarán sobre la relación existente entre la literatura y el humor en el Centro Simón I. Patiño.

viernes, 25 de junio de 2010

Expediente Brodie


Señor Dostor:

Radek Sánchez Moreau

Juez 1 de instrucción en lo técnico musical

Juzgado internacional

 

El interfecto, lejos de perfecto y cerca de prefecto Willy Rocabado Aüe (alias Roco, alias el orejas, alias el tracapechos, alias el fotógrafo de pueblo, alias el barbas chocas, et al) DECLARA:

Que luego de hacer cálculos y recálculos y estableciendo que su persona, o sea mi persona, que es la persona de todos iba a incurrir en gastos por sobre su encima de su presupuesto intentando comprar luces en Estados Unidos de Norteamérica, desestimó la importación del país mencionado de un equipo de flaches de estudio y más bien dedicose a estipular la mejor manera de traerlos de la vecina república urguaya de la Argentina.

Luego de esos cálculos iniciales, usía, el interfecto llegó al aeropuerto de Ezeiza y procedió a tomar un Manuel Tienda de León que dejolo a dos cuadras de Retiro desde donde procedió a llamar al cómplice Sebastián Szyd (alias el Sebas, alias el yogui, alias el vegetariano, alias el fotógrafo de pueblos americanos) y luego de una hora y media de confusión entre la terminal de subte Retiro y la estación de Retiro ambos sujetos se encontraron y fueron en un automóvil (perdón  por la risa, señoría) del cómplice hasta la casa de un tercer implicado de nombre Blás (alias el Blacho, alias el parrillero urbano, alias el videasta del INCAA, alias el amante de Spinetta) donde los implicados se sirvieron unas carnes al calor de cervezas de varias marcas, vinos variados y un dúo de guitarra y voz luego de lo cual los perpetradores se dirigieron de forma motorizada al domicilio del cómplice Szyd en Charlone al 1366.

Otrosí: con el paso de las horas el imperfecto se sentía más a gusto en esa ciudad, pero la sorpresa, usía fue al día siguiente cuando ambos antisociales (porque nunca salen en las páginas sociales de los diarios) se dirigieron por muto propio a la mítica panadería “La espiga” de aquellos franceses donde el interfecto fue seducido irremediablemente por las medialunas y los panecillos rellenos con chocolate, aquellos rellenos de crema pastelera y pasas y sobre todo por las focaccias con aceitunas negras y verdes y donde el implicado compraría desayuno todos los demás días sin excepción alguna el resto de su estadía, la sorpresa, decía usía, fue que a tres cuadras de la casa del cómplice, mi persona vio una masa de materia grasa con forma de hombre de cabellos peinados hacia atrás y bigote espeso enfrascado en el encendido de una parrilla en un pequeño restaurante de carnes, mi persona tenía en sus propias vistas nada más y nada menos que a ¡José Rodríguez!, alias el lleva putas a Música Esperanza, alias el tufo a trago todos los días, alias el llevo la camiseta de Música Esperanza. No fue saludado, pero a lo largo del resto de las mañanas fue visto siempre en la misma ocupación.

El implicado principal fue de compras y luego de una ardua búsqueda de flaches en el microcentro encontraron ambos los ideales para el presupuesto que tenía el implicado y procedieron a entrar a la tienda de cúbito femoral (la tienda era muy pequeña) y luego de tomar un taxi que les costó como la mitad de una bolsa escrotal llegaron al domicilio particular del implicado 2 Szyd.

Habiendo cumplido con las necesidades básicas por las que el implicado realizara el periplo ambos se dedicaron a buscar lugares para aprovechar una de las ciudades más hermosas del mundo para realizar sesiones fotográficas con modelos lugareños, más ante la falta de ellos el interfecto utilizó a quién será denominado cómplice 3: Alan Jalife, alias vaca, alias yo quiero ser modelo, alias el hard worker, alias el impuntual Jalife, alias el justitooooooooooooooooooo, (Exhibo prueba 1).

El nuevo trío se reunía con frecuencia diaria, mientras los implicados 1 y 2 se dedicaban a perpetrar instalaciones de museos, muestras de fotos como las de Werner Bischoff o la de Juan Travnik, tiendas de libros y discos y de lugares poco frecuentados por el turista vulgar, luego de reunidos los tres procedían a hacer fotos con el cómplice 3 que los trasportaba en una movilidad menos llamativa que el Peugeot 404 de Szyd. En la prueba 2 se puede apreciar la fauna creciente en el automóvil del cómplice.

Hasta allí, usía, todo era como siempre, es decir crímenes menores que no merecen ninguna pena dura, pero de pronto llegó el fatídico sábado 12 de diciembre cuando el trío se dirigía a realizar una sesión de fotos nocturna en las inmediaciones de Recoleta cuando a Szyd (a quien se debe acusar, sin duda alguna señor juez, como autor intelectual del crimen) obliga a Jalife a virar a la izquierda en una esquina y luego de recorrer algunas calles nos obliga a detenernos. Mientras entrábamos al lugar del encuentro yo reconozco los nervios y mientras Szyd lograba que mi persona entre acompañado de una escolta al teatro donde iba a perpetrar el crimen Szyd me dice, estás entrando como fotógrafo de prensa, hacés dos canciones y eshos luego te sacan. Hice dos canciones, lo juro, usía y por los nervios no pude pensar en nada más mientras las hacía, casi al término de ambas canciones se me acerca el cómplice Szyd y mientras me toma del brazo me lleva al otro lado del teatro en el que ya se encontraba Jalife sentado y me dice: disfrutá loco, un regalo de la ciudad de Buenos Aires. Fue así señoría que me senté y durante algunas canciones literalmente lloré de la emoción. Exhibo pruebas 3 y 4.

Algunas horas después, desayunando chocolate en La Giralda, paseando por calles pequeñas, avenidas anchas, viendo personas que ya han dejado de disfrutar de esa mágica ciudad  por intentar vivir dentro de sí mismos, pensaba en que hay crímenes que valen la pena: hasta donde debemos, usía, practicar las verdades, que escriban pues la historia los hombres... diría Silvio, su señoría de usted.