jueves, 16 de julio de 2009

Periódico Vs. marraqueta

El periodismo narrativo para Jaime Iturri

La primera vez que charlé con Jaime Iturri nos enfrentamos con un plato de chicharrón (bien nomás) y un par de cervezas en el “Cochabamba”, ese clásico restaurante paceño a unas cuadras de la Pérez Velasco. Todavía era director de El Extra, periódico que él creó “para que la cholita tenga su periódico” hacía Iturri-Carri con Lorenzo y tenía un programa cerca de la medianoche en la tele.

Casi cuatro años después, Jimmy, como le gusta que le digan, hace un espacio en su atareado diario trabajar y cordial me recibe, en el piso 11 del edificio que tiene el nombre de su abuelo, en una oficina con vista a ese níveo e infranqueable cubo de concreto que alberga al embajador de los Estados Unidos y a sus colaboradores en Bolivia.
Jimmy, alto y robusto, tiene una sonrisa sincera, una vasta experiencia como comunicador y una enorme biblioteca en la cabeza. Me acuerdo que en esa primera charla me contó, con una alusión a su estatura, cómo fue a nacer en México: “mis padres estaban de viaje, decidieron hacer un alto en el camino… y me hicieron a mí”, pero para Iturri La Paz es La Ciudad; es la que lo llama a recorrer sus calles en trufis y a pie. Es mágica, dice y la conoce más que bien.
Este incansable comunicador trabaja con una fundación que apoya el desarrollo de los pueblos en la amazonía boliviana, es lector empedernido, un activo periodista que nos desmenuza la información en la tele, es responsable de varias de las compilaciones de cuentos que ha publicado Alfaguara Bolivia, bolivarista hasta la pared del frente y dedicado padre de familia.
Mientras me arrellano en su despacho, él se quita la chompa y despacha al tiro un par de cosas de su oficina para dedicarme tiempo. Charlamos casi toda la mañana sobre el periodismo narrativo. Aquí una parte de esa charla:
Willy Rocabado: ¿Cuál es el origen del periodismo narrativo?
Jaime Iturri: Tal vez los primeros ejemplos incluyan a Defoe (en 1700), que narra la peste en Londres y sin cuyo relato no se podría saber cómo fue esa época. Si tú ves lo que son las crónicas y los reportajes vas a ver muchísimo trabajo literario; no en vano todos los grandes escritores latinoamericanos, desde Borges hasta Cortázar, pasando por José Martí y Roberto Arlt, han sido en algún momento de sus vidas periodistas y han escrito. Esto sucede por las grandes posibilidades que tiene el periodismo literario como forma de construcción, donde no interese solamente el qué se dice, sino cómo se lo dice. Para esto el periodismo ha tenido que recurrir permanentemente a prestarse armas, herramientas de trabajo, de la literatura. En Estados Unidos este uso se ha llamado nuevo periodismo pero, en realidad, en América Latina ya era un periodismo bastante practicado; si, por ejemplo, lees las crónicas de Gabriel García Márquez vas a encontrar muchísimos elementos de ese manejo.
WR: ¿Cuáles son esas herramientas?
JI: La creación de suspenso, es decir de picos de tensión (atención) que mantengan atrapado al lector. Como dice el Álex Grijelmo: todos los días, cuando llega el periódico a tu casa y estás tomando desayuno se origina una pelea entre la marraqueta y el periódico: sólo una noticia sensacionalmente escrita (y muy importante) le va ganar a tu necesidad vital de comerte la marraqueta. O lees el periódico o morfas la marraqueta, pero para hacer posible eso se necesita un trabajo minucioso sobre la palabra.
Otras herramientas son el uso de la descripción, el uso del diálogo, la estructura como un hilo conductor donde importa obviamente el principio e importa muchísimo el final. Éstas son estructuras sacadas del cuento y de la narrativa en general.
Entonces, si lees a Tom Wolfe ya tienes una idea del periodismo narrativo, si lees “A sangre fría” de Truman Capote tienes otra idea, si lees “La canción del verdugo” o “Los ejércitos de la noche” de Norman Mailer vas a tener otra idea de lo que es el periodismo narrativo.
Hay un trabajo de Tomás Eloy Martínez que tiene las premisas principales del periodismo narrativo
WR: ¿El que hizo para la Fundación para el Nuevo Periodismo…?
JI: Sí, ese trabajo es muy cortito, pero ahí están las ideas centrales de lo que es el periodismo narrativo, su idea, la idea central de nuestro compañero Martínez está en que sólo la literatura va salvar al periodismo escrito.
WR: ¿Cómo se encara una nota de periodismo narrativo, operativamente hablando? Es decir ¿todas las notas pueden comenzar con una entrada en vez de con un lead?
JI: Yo creo que es un problema de combinación. En un periódico no puedes tener sólo notas de periodismo narrativo, necesitas también notas de pirámide invertida cuyo surgimiento tiene que ver con: una técnica para poder recortar y conforme la publicidad aumenta puedas capar párrafos y con un momento en que las comunicaciones se hacían pues se perdía mucho de la información. En medio de todo eso la pirámide invertida se convirtió en la reina absoluta. Sin embargo hoy la pirámide invertida ya no es suficiente para hacer sentir al lector que está dentro del hecho, hoy día con la televisión y la radio gratuitas, debemos redefinir lo que son los periódicos.
WR: Y ¿cómo hacemos que el periódico pueda brindar algo más de lo que pueden la televisión o la radio?
JI: No hay actitud más militante que sacar plata de tu bolsillo para comprar el periódico, todo lo demás es bla bla, pero cuando tú pones la bolsa ya ahí estás realmente metido. La única respuesta es que el periódico te va a dar en profundidad y en análisis lo que no te puede dar la televisión, es decir, mientras la televisión es un medio que ataca la sensibilidad de las personas, el periódico puede, además, atacar la razón, por eso un periódico es mucho más elaborado, tarda más tiempo, contiene mayor información. Ahora, tenemos que hacer que esta información sea lo más atractiva. En determinado momento los periodistas descubren algo que los literatos habían descubierto hace mucho: uno no solamente lee para informarse sino también para disfrutar, hay un placer en la lectura. 
Tú puedes hacer una lectura sociológica de un texto y encontrar cómo ese texto, esa novela o cuento te describe esa sociedad o un momento de esa sociedad o de un grupo social, pero eso tiene que estar combinado porque sino podría ser, también, un panfleto que hace lo mismo con cierto gusto estético. Una vez más, aquí no importa solamente el qué; sino también el cómo.
WR: Sin embargo, para algunos sigue importando solamente el qué…
JI: Los formalistas rusos dicen que lo único que importa es el cómo, otros dicen que lo único que importa es el qué, pero yo creo que ambos son importantes, forma y contenido. El contenido va a delimitar la forma que vas a colocar, pero la forma puede destruir el contenido si es que no le das una forma adecuada. Determinadas informaciones se prestan para hacer una más amplia interpretación y para eso vas a requerir algo más que la pirámide invertida y vas a recurrir a los formatos básicos del género interpretativo: la crónica y el reportaje que tienen la ductilidad y la grandeza de permitirte narrar historias, comenzar con historias de vida cotidiana y hacer lo que hacen fundamentalmente los seres humanos desde hace 10.000 años pues no es cierto que el oficio más antiguo del mundo sea la prostitución, el oficio más antiguo del mundo es el nuestro, el de un viejito sentado frente al fuego contando y recontando ideas.
WR: ¿Por qué no se hace más periodismo narrativo en Bolivia?
JI: Porque requiere una mayor investigación. No es poner la grabadora nomás (como hacen los que cubren Palacio de Gobierno) y luego escribir “declaró”, “manifestó”, “agregó finalmente”. No, tienes que investigar más pero, el periodismo narrativo requiere, sobretodo, de un superior trabajo de la palabra: ya no estamos hablando sólo de una técnica sino de un arte. De quinto básico para arriba cualquier ser humano puede escribir una noticia en pirámide invertida, es una técnica muy sencilla. No es lo mismo hacer un reportaje porque presupone un conocimiento del leguaje superior y un manejo de la belleza. Así como no todo el mundo puede pintar un cuadro, no todo el mundo puede describir con palabras a, través de algo tan estrecho como es el lenguaje escrito (tan rico por un lado y tan estrecho por otro), una situación y ser capaz de crear imágenes en la mente de las personas para que puedan estar ahí, hacerte sentir que tú estás al interior de ese trabajo.
La charla no termina allí, pero creo que este resumen contiene su esencia. Luego, en la tarde, subo a Cota Cota para conocer su casa que está a la misma altura que la plaza Murillo, según me cuenta. Detrás de Jimmy, bajo las gradas con una mezcla de curiosidad y respeto a su biblioteca personal, de lejos, la más grande que he visto en mi vida: es un pequeño departamento en el que los llenos estantes (¡89 metros lineales llenos de libros!) fungen de paredes, tiene más volúmenes que la Universidad Católica en Tupuraya. Ya sé lo que pudieron sentir Hansel y Gretel cuando vieron la casa de chocolate. Luego de un tour, retomamos algo de la charla de la mañana, pero me despido antes de lo que quisiera, no quiero quitarle más del tiempo que le tiene prometido a su hija menor.

Werner Aureliano

Un textito que escribí cuando este gigante seguía rondando las calles de esta vida:

Don Werner Aureliano Guttentag


“Hace 50 años que vienen cantando las mismas cosas, ni siquiera son creativos” dice don Werner Guttentag casi sin mirar a la veintena de maestros que han bloqueado la conjunción de las avenidas Ayacucho y Heroínas, a media cuadra de “Los amigos del libro”. Mientras cruzamos la calle señala la oficina de Correos y casi como pensando en voz alta reclama que por estos paros no hay servicio, reniega pues es de los pocos que siguen usando el papel para comunicarse a la distancia con sus amigos y familiares. Entramos a la librería y me cuenta que Kafka y Goethe se escribían todos los días, a veces más de una carta, a pesar de vivir en la misma ciudad “y como no existía la fotografía ellos sabían dibujar; se mandaban dibujos de sus casas”.
Están limpiando los estantes y libros de la librería para el traslado y el ambiente es relajado a pesar de que la situación en la calle es tensa. La librería se está trasladando, otra vez y Juanjo, que trabaja casi seis años con don Werner, bromea sobre la costumbre de los problemas sociales.
Mientras veo los estantes vacíos vienen a mi mente la antigua ubicación de esta librería, donde ahora funciona una perfumería que llena la esquina de la Heroínas y España de un pesado aroma dulzón; me acuerdo de don Juanito bajando libros de los altos estantes que estaban frente a la entrada.
La antigua sucursal estaba en la esquina de la General José María Achá con la Ayacucho donde ahora venden zapatos; la inaugural novedad de la sucursal en las Torres Sofer. Recuerdo también la rara sensación que me provocó la primera vez que vi la sucursal en Santa Cruz en una céntrica calle y su vieja construcción casi cúbica, casi hermética, casi fuera de lugar. Me acuerdo también de la sucursal en la zona sur en La Paz, frente a una pequeña placita, siempre me ha parecido la más tranquila de las sucursales pero, por algo que todavía no descubro, la más fría.
Salimos de la librería y nos sentamos a charlar un café que don Werner promete bueno. Cumple. Con una lucidez que cualquier político envidiaría (y todo boliviano agradecería) comenta la situación social del país, preocupado como cualquier otro boliviano pero el tema recurrente en sus charlas es la piratería y el daño que le hace a la industria editorial nacional. Hablar con este cochala por opción es un regalo a la inteligencia, don Werner es generoso con lo que sabe. Y sabe mucho.
Tocamos el tema del lenguaje y sus vericuetos, reclama por las nuevas reformas al idioma alemán “son ridículas, no pienso ni siquiera revisarlas” le gustan los retruécanos y me muestra, en un mail impreso, un texto que alguien hizo con unas posibles modificaciones a nuestro idioma. Hilarante. Otra digresión: su apellido significa, literalmente, Buendía, ¿tendrá algún parentesco con los Aurelianos de Cien años de soledad?
Con muy buen humor y llenas de sorpresas transcurren nuestras charlas. Me cuenta que una vez y luego de una conferencia que dictó Antonio Sánchez de Lozada, hermano del ex presidente, se le acercó y le dijo “ahora me siento mejor, usted también habla tan mal como yo”. Don Werner se ríe de su acento “Es el colmo cómo hablo el español, después de 80 años, miles de libros entregados, cientos de libros publicados, hablo como un súper gringo. Yo entro a un taxi y el tipo me pregunta en qué hotel quiere usted estar”, los taxistas le ofrecen tours por la ciudad. “Un acento tan idiota” ríe.

Una vez más mi memoria me deja y se va, otra vez, al lado de don Juanito: una vez le pedí que me busque unos libros que había publicado un bisabuelo mío, le dije que eran viejos y el se ofreció a realizar la pesquisa en “la ferretería” ¿Dónde? Pregunté y me explicó que le decían así pues era el lugar en el que guardaban esos “clavos” que nunca vendieron y de los que no se podían librar. Me acuerdo también de alguna vez que don Werner me mostró, entre risas, sus tarjetas personales de presentación:


Werner Guttentag

Bisabuelo.


Don Werner es un asiduo visitante de la historia boliviana, conoce muy bien sus vericuetos, pero su memoria no está alejada de su capacidad crítica: “Habría que releer Nacionalismo y coloniaje antes de cada elección”. Al contrario de Joseph Barnadas, ese ególatra ex jesuita, que tanto ha aportado al conocimiento boliviano, pero con quien es insoportable intercambiar más de una palabra, don Werner tiene la capacidad de abrirse a todos y hablar de forma simple sobe cualquier tema con inteligencia y buen humor.
Las familias de don Werner
La puerta corrige al visitante, no se está entrando a una casa, sino a dos. La que queda delante alberga a don Werner y a doña Evita y a los ocasionales nietos y bisnietos que visitan a la pareja que lleva más de 46 años casados. Al lado derecho de la construcción hay otra de similares dimensiones, una casa de dos pisos que alberga a la otra familia de los Guttentag: los libros. A la entrada un par de estantes, con libros de viajes y turismo, flanquean una espiral ascendente, la escalera sube hacia la derecha y la pared de la izquierda es un estante lleno que sube hacia las varias habitaciones que contienen toda una vida dedicada a los libros. El Edén de cualquier Eva o Adán lectores. La única habitación con llave guarda incunables y está resguardada por fotografías y caricaturas en los escasos vacíos de las paredes.
Sus hijos y nietos (no tan prolíficos como los Buendía) están contagiados de bibliofilia, así como mucho del personal que hace posible que una librería siga funcionando en Bolivia: mi amiga Jenny, José, don Salustio, Juanjo Fofo, Carmencita, Ana Paola, doña Cory, Anita, Cris, Eli, Edgar, Rubén y mi tocayo Willy, por mencionar sólo algunos.
Ya no existen las sucursales de la Heroínas ni la de la General Achá, la librería central se ha trasladado a la España, frente al Teatro Achá, don Juanito murió hace unos cuatro años, mi tocayo se fue a Milán a probar suerte, no he vuelto a las librerías que la firma tiene en La Paz ni a la de Santa Cruz, pero don Werner sigue trabajando, pero además sigue charlando cafés con todo aquel que quiera aprender algo más sobre la vida.

lunes, 13 de julio de 2009

El héroe del Sur


Inodoro Pereyra nació en la pampa argentina, el nombre le vino de la rama paterna, pues su progenitor era plomero. A su lado anda Mendieta, un perro pequeño con el que comparte aventuras y reflexiones a viva voz, el can solía ser un aventajado estudiante de medicina que en las noches de luna llena se convertía en hombre-perro, hasta aquella vez del eclipse… está casado con la Eulogia, mujer trabajadora de proporciones épicas. El trío, con algunos animales más, vive en una pequeña choza en medio de la nada argentina. Estos personajes son creaciones del rosarino Roberto Fontanarrosa, el Negro, como le decían sus amigos, y son generalmente seres muy simples, que tienen pensamientos claros y sencillos, pero a la vez muy profundos.
Inodoro estuvo al lado del Negro hasta poco antes de su muerte hace dos años, pero ambos nos siguen cuestionando sobre las cosas esenciales de la vida desde las páginas que dejaron.
El trazo de Fontanarrosa refleja su forma de encarar la vida: un relámpago de creatividad que con un humor, cómplice con el lector, analiza las sociedades de acá (en el sur latinoamericano), nos retrata como somos y nos ayuda a reírnos de eso, a pesar de ello.
Inodoro es un gaucho que vive debajo de la línea de pobreza y sus posesiones son lo que lleva puesto, un poro para el mate, una daga y una agilidad mental que le permite zafar de cualquier situación con la dignidad de quien se toma la vida con la seriedad que se debería: ninguna. Cuando le preguntan cómo está responde “mal, pero acostumbrau” y anda buscando la manera de no trabajar. 
Fontanarrosa es considerado, por muchos, como un referente en la literatura argentina, esto era inaudito para un humorista, peor todavía, para un humorista gráfico, sin embargo el Negro demostró con personajes como Inodoro Pereyra que se puede contar una realidad cruel para muchos desde la dignidad y con recursos lingüísticos propios del lugar sin buscar referentes externos o muy elaborados, como cuando Eulogia le dice, señalando las alpargatas viejas “o ellas o yo” Pereyra le contesta: Busque otra forma más sutil pa decir que me abandona.
Tal vez por eso fue que Roberto Fontanarrosa fue el encargado de abrir uno de los eventos académicos más importantes en la reflexión sobre el idioma: el Congreso de la Real Academia de la Lengua y lo hizo de la mejor forma posible, es decir haciendo reír a los asistentes a un acto que siempre ha estado marcado por la seriedad. ¿Qué causó tanta gracia en la disertación del Negro? Simple, Fontanarrosa se refirió a las malas palabras y comenzó preguntando si eran malas porque les pegaban a las buenas, que quién definía la bondad de una palabra e hizo una relación entre el fracaso de la revolución cubana y la falta de énfasis que genera el acento centroamericano en la pronunciación de las malas palabras.
Como buen latinoamericano, Inodoro hace las veces de doctor, psicólogo, psiquiatra, consejero, abogado, árbitro y solucionólogo general de quienes le rodean, sobre todo de sus animales: está en una constante y franca pelea con los loros que le quitan el escaso maíz que siembra y podría cosechar; media en las discusiones que tienen el chancho Nabuconodosor y Mendieta, el perro; ahuyenta a las hormigas con discursos para evitar que se lleven lo poco que queda de azúcar y pelea con cualquiera que lo venga a acosar con trabajo; le tiene pena y asco a su sobrino Serafín, que es la vergüenza de la familia, por ser vegetariano. 
El humor que Fontanarrosa pone en Inodoro Pereyra tiene esa picardía latinoamericana en el uso del doble sentido que le damos al lenguaje, pero además la capacidad de mirarnos a nosotros mismos sin complejos, sin miedo de vernos pequeños y sin temor de mostrarnos como somos.
Mientras Inodoro, cabello seco como paja, bigote ídem, ojos batracios, mejillas triangulares, cuerpo delgado y deforme, nariz inmensa, pies descalzos y dedos chuecos mira, sentado sobre una piedra, el atardecer en la inmensidad gaucha, le dice a Mendieta, que le pregunta porqué no se peina una frase que describe muy bien el humor del Negro Fontanarrosa: “no quiero que las mujeres piensen que soy sólo una cara bonita”.