jueves, 9 de septiembre de 2010

Thor

Tomás está sereno. Sentado. Mira sus manos sobre las de Susana, su mujer en el otro mundo. Juega con las manos de ella y no quiere terminar de levantar la cabeza para mirarla. Todavía no cree que se hayan vuelto a encontrar. Le teme a esos ojos que no ve hace diez años, pero que lo acompañaron hasta el último respiro.

Tomás Eloy Martínez y Susana Rotker ya están juntos. Hace casi diez años que el maestro del periodismo esperaba este momento, desde ese 27 de noviembre de 2.000 cuando un bus le quitó de las manos, literalmente, la vida de la mujer con quien vivía y a quien tantas cosas Eloy le debía en sus escritos. Rotker escribió, entre otras cosas, un indispensable libro sobre la Historia de la crónica y su relación con el periodismo y la lucidez de esa mujer está y se agradece en cada párrafo.

Tomás Eloy ha muerto y detrás de él miles de aprendices de periodismo nos preguntamos qué hacer ahora, por dónde seguir; pero también millones de lectores de sus ficciones nos preguntamos hacia dónde deberíamos orientar las miradas y los oídos a la pesca de nuevas narrativas. Hay un tercer grupo de sus seguidores, uno que junta a los dos primeros en una corriente que el maestro tucumano bautizó como “ficciones verdaderas” que es la continuación de un género que se conoció como “nuevo periodismo”, “periodismo literario” y/o “paraperiodismo” que también nos preguntamos cómo seguir.

Martínez fue uno de los pocos que, en medio de tanto apocalíptico, se animó a integrar al periodismo a la narración desde una postura clara, con fundamentos teóricos y desprovista de visiones hipócritas: “los cínicos no sirven para este oficio” escucha detrás de él y cuando Tomás vuelca la cabeza ve, un poco más allá a Kapuściński, a quien saluda con un suave ademán. Saben que tienen mucho tiempo para ponerse al día.

Para comprender mejor la importancia de la obra de Tomás Eloy Martínez se debe partir de la precisión de que no sería preciso ponerles género a sus libros: mientras que algunos son sesudos ensayos escritos con la soltura de un cuentista, otros pueden ser novelas profundas con la investigación que requiere cualquier reportaje, de esos que pueden desestabilizar gobiernos. Los cierto es que su obra es prolífica y ha sido traducida a varios idiomas.

Sus novelas acerca de los líderes de uno de los momentos políticos más álgidos en Argentina (La novela de Perón y Santa Evita) son capitales para entender mejor la historia de los populismos. La pasión según Trelew es otra joya en la que la historia se convierte en la Historia, puede ser leído como el relato de las masacres de cualquier dictadura latinoamericana y algunos de sus artículos como el célebre El periodismo vuelve a contar historias (La Nación, Buenos Aires, 21 de noviembre de 2001) circula como sustancia psicotrópica ilegal entre los estudiosos del periodismo, pues es uno de los escasos textos que teorizan sobre las características fundamentales del periodismo narrativo, mientras que su Ficciones verdaderas indaga en las esquinas oxidadas de la Historia y encuentra allí las fuentes reales de algunas de las historias más increíbles de la novelística en una suerte de Aleph de la literatura universal.

Mientras camina calmo junto a su Susana, en ese Valhala de las letras, Tomás mira a maestros y pares: pasa al lado de Hemingway, y le parece reconocer al Martí cronista, reconoce los ojos duros de Gumucio Quiroga y más allá… más allá.

Publicado en Los Tiempos el 07/02/2010

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