jueves, 9 de septiembre de 2010
Crónica de un almuerzo literario
A mi derecha se sentó Diego Trelles Paz, peruano, Ph. D. en Literatura que ejerce la docencia universitaria cerca de Nueva York, quien explicó en qué consistían las “polladas” peruanas que la señorita Laura hizo tan populares desde su popular espectáculo televisivo Laura en América; Diego contó que son reuniones en las que los asistentes acompañan la cerveza con pantagruélicos pollos, hasta que las primeras se acaban (lo que puede ocurrir algunos días después) y que estas reuniones tienen el fin de recaudar algo de dinero para fines que van desde comprar una puerta hasta una parte de algún pasaje que permita intentar el sueño americano.
Al frente estaba, recién llegado a Bolivia (vacaciones, creo) Rodrigo Hasbún, el Tico de siempre, que profesa un vegetarianismo implacable, nacido de un profundo respeto hacia los seres vivos, que miraba con interés la ensalada que estaba sobre el plato de la artista plástica Alejandra Alarcón, sentada a su lado. Se retomó el tema de los picantes, pero fue Trelles quien entabló un diálogo sobre las sutiles diferencias entre los rocotos peruanos y sus primos locotos con el editor de finas maneras Bernardo Quiroga.
Los comensales atacábamos la comida preparada y decorada con exquisito gusto: res bañada en salsa dulce de frutos rojos del bosque, surubí en salsa de tres quesos, un “tapeque” de ensalada rusa hecho con masa de panqueques y una breve porción de brócoli aliñado con cebollas. Delicioso. Leonardo de la Torre iría a repetir el tapeque, mientras que los comensales vaticinaban el final del pulpo Paul y de sus predicciones futbolísticas.
El único que faltó en nuestra mesa, para que la charla sobre gastronomía fuese oficial, fue el óculo di vitro que charlaba manjares imaginarios a un par de mesas de distancia. El almuerzo ofrecido a los escritores, periodistas y amigos, en el marco del VI Encuentro iberoamericano de escritores en los jardines del Centro Simón I. Patiño, terminó con una coreografiada salida de los participantes ante la inminencia de la última de las semifinales de la copa sudafricana.
Cuando todos ya se iban de prisa, todavía alcancé a quedarme con Alfredo Bryce Echenique, el Maestro, bajo la sombra de los árboles, a charlar un momento sobre la curiosidad que tienen naturalmente los periodistas latinoamericanos, me aseguró que en esta parte del mundo tenemos mejor periodismo que en Europa pues allá, me dijo, “tienen tanta satisfacción de pertenecer al primer mundo que tienen una mirada muy alta de ellos y muy baja de los demás” que, además, han perdido la frescura y las ganas de indagar sobre cualquier tema, mientras que los latinoamericanos, dice, escribimos con un “complejillo de inferioridad, pero somos más cultos, más universales y todo nos interesa porque venimos de diferentes culturas”
Mientras Bryce hablaba y yo tomaba notas sobre cuán útil es hacer crónicas que tengan trasfondos literarios, las diminutas hojas seguían cayendo de los frondosos árboles sobre nosotros ¡Buen provecho!
Publicado en La Ramona el 11/07/10
Thor
Tomás está sereno. Sentado. Mira sus manos sobre las de Susana, su mujer en el otro mundo. Juega con las manos de ella y no quiere terminar de levantar la cabeza para mirarla. Todavía no cree que se hayan vuelto a encontrar. Le teme a esos ojos que no ve hace diez años, pero que lo acompañaron hasta el último respiro.
Tomás Eloy Martínez y Susana Rotker ya están juntos. Hace casi diez años que el maestro del periodismo esperaba este momento, desde ese 27 de noviembre de 2.000 cuando un bus le quitó de las manos, literalmente, la vida de la mujer con quien vivía y a quien tantas cosas Eloy le debía en sus escritos. Rotker escribió, entre otras cosas, un indispensable libro sobre la Historia de la crónica y su relación con el periodismo y la lucidez de esa mujer está y se agradece en cada párrafo.
Tomás Eloy ha muerto y detrás de él miles de aprendices de periodismo nos preguntamos qué hacer ahora, por dónde seguir; pero también millones de lectores de sus ficciones nos preguntamos hacia dónde deberíamos orientar las miradas y los oídos a la pesca de nuevas narrativas. Hay un tercer grupo de sus seguidores, uno que junta a los dos primeros en una corriente que el maestro tucumano bautizó como “ficciones verdaderas” que es la continuación de un género que se conoció como “nuevo periodismo”, “periodismo literario” y/o “paraperiodismo” que también nos preguntamos cómo seguir.
Martínez fue uno de los pocos que, en medio de tanto apocalíptico, se animó a integrar al periodismo a la narración desde una postura clara, con fundamentos teóricos y desprovista de visiones hipócritas: “los cínicos no sirven para este oficio” escucha detrás de él y cuando Tomás vuelca la cabeza ve, un poco más allá a Kapuściński, a quien saluda con un suave ademán. Saben que tienen mucho tiempo para ponerse al día.
Para comprender mejor la importancia de la obra de Tomás Eloy Martínez se debe partir de la precisión de que no sería preciso ponerles género a sus libros: mientras que algunos son sesudos ensayos escritos con la soltura de un cuentista, otros pueden ser novelas profundas con la investigación que requiere cualquier reportaje, de esos que pueden desestabilizar gobiernos. Los cierto es que su obra es prolífica y ha sido traducida a varios idiomas.
Sus novelas acerca de los líderes de uno de los momentos políticos más álgidos en Argentina (La novela de Perón y Santa Evita) son capitales para entender mejor la historia de los populismos. La pasión según Trelew es otra joya en la que la historia se convierte en la Historia, puede ser leído como el relato de las masacres de cualquier dictadura latinoamericana y algunos de sus artículos como el célebre El periodismo vuelve a contar historias (La Nación, Buenos Aires, 21 de noviembre de 2001) circula como sustancia psicotrópica ilegal entre los estudiosos del periodismo, pues es uno de los escasos textos que teorizan sobre las características fundamentales del periodismo narrativo, mientras que su Ficciones verdaderas indaga en las esquinas oxidadas de la Historia y encuentra allí las fuentes reales de algunas de las historias más increíbles de la novelística en una suerte de Aleph de la literatura universal.
Publicado en Los Tiempos el 07/02/2010