sábado, 25 de julio de 2009
lunes, 20 de julio de 2009
Blanquiñoso extemporáneo
Él suele decir que llegó a todo tiempo y lugar tarde. No cabe duda de que eso es mentira, Alfredo Bryce Echenique sabe llegar, pierde su tiempo quien espera que no llegue en Abril. Siempre llega. Y a tiempo.
Alfredo es el mejor aliado para quienes viven lejos de su país pues sabe bien lo que se siente, escribe desde aquella idealización que da la distancia de su(s) tierra(s); tiene la capacidad de hacerte desear conocer
Manongo Sterne vive el amor de su vida con Tere y no quiere llegar a su internado en Abril. Carlitos Alegre quiere llegar a su casa para poder hablar con la uniformada servidumbre; Susan, con su encantador mechón de pelo sobre la frente, no quiere llegar a casa desde los cócteles y el eterno golf de su hermoso marido. Max Gutiérrez y Felipe Carrillo llegaron. Martín Romaña no quiere llegar de tantas ciudades, sobre las que tiene que escribir guías de viaje, tampoco quiere llegar a esas pesadas reuniones de escritores en París en las que seguro está el insoportable escritor Alfredo Bryce Echenique. Julius llega a su mundo y al piano con delicioso olor a monja que está en su exclusivo colegio. Todos son personajes de novelas de Bryce y capítulo aparte merecen tanto la presencia de los boleros, como los nombres y apodos de los personajes “echenequianos” (el Cholo José Antonio Billinghusrt Cajahuaringa, “tres a cero” Jordán, “Most Excellent and Hornorable Matron”, Lelo López Aldana y Amat, Manongo Sterne Tovar y Teresa, entre cientos más).
La eterna pregunta de todos los que lo entrevistan es cuán autobiográficos son sus libros, pero leyendo “Permiso para vivir”, el primer tomo de sus “antimemorias”, queda todo despejado, la vida de Bryce está en sus novelas, de hecho él mismo dice que “ficción y realidad son territorios con límites difusos”.
De niño, el travieso Alfredo, contaba a sus anonadados compañeros de colegio que su padre era un famoso corredor de autos que le permitía viajar en la cajuela durante las competencias, la complicidad de su madre confirmó delante de los incrédulos la fantasía del soñador. Ese niño es el que plaga sus novelas. Alfredo nos lleva de la mano por el camino hacia nuestra infancia, y allí llegamos sin darnos cuenta de la duración del viaje.
Seguro que él quisiera seguir jugando fútbol como cuando era niño y jugaba en un equipo el primer tiempo y el segundo en el contrario y es que para él no existe el contrario, en cada uno de sus libros juega los tiempos con todas las camisetas que puede.
Bryce Echenique no quiere llegar a Madrid desde París y sin embargo ha vivido allí casi quince años, no quiere llegar al Perú desde Europa y ahora pasa mucho tiempo allí, llega a Cuba cuando ya ninguno de los escritores del “Boom” quiere ir; llega a la universidad más antigua de América, izquierdista y morena, a estudiar leyes, llega blanquiñoso y más hijo de gerente del banco más importante del Perú que nadie. Llega al hospital a tiempo para mostrarle su título de abogado a su padre. Y luego de terminar de estudiar letras llega a
La clave de la escritura de Bryce está en la escritura de Bryce, el estilo oral del limeño nacido en 1939 es único; el cubano Guillermo Cabrera Infante con su “Tres Tristes Tigres” logra acercarse a la oralidad habanera de los años treinta y su segunda novela, todavía más oral, es “
Con un departamento siempre ordenado, puntual y metódico a la hora de escribir (en computadora y corrigiendo a mano) prefiere el aislamiento perfecto para sembrar sus novelas: generalmente una isla y rodeado de mucha literatura y música. Escribe varias horas al día y hace bastante deporte.
El humor está presente en toda la obra de Alfredo Bryce Echenique “no puedo escribir sin reírme un poco” dice y cuenta que el humor es su herencia familiar, que las reuniones de su familia materna siempre fueron divertidas y que en su casa no tuvieron una buena relación con la realidad, “somos gente un poco sobrepasada por los acontecimientos y reaccionamos mediante el humor”. Hace unas semanas, en un cafecito de Buenos Aires y sin bigote, Bryce me dijo que, salvo Cortázar y Cabrera Infante, nadie había escrito con humor durante el “Boom”, “así como no hay una novela escrita por una mujer” y que los escritores latinoamericanos, salvo algunas excepciones, se toman el oficio de escribir con demasiada circunspección, a pesar de eso para Bryce está claro que los escritores del sur del río Bravo, después de “Boom”, son los herederos de la tradición cervantina de una escritura que, a través del humor pueda contarnos dramas que nos duelan menos.
Todos sus personajes tienen ese sentido del humor que oscila entre lo despreocupado e inocente y lo tragicómico, sin embargo sus páginas están llenas de tristeza. Una melancolía que va junto a un desencanto eterno, todos sus personajes están signados por ellos. Son personajes que “detestan molestar. Entonces actúan casi en la sombra, llegan con cara de que ya no tardan en irse: no quieren pesar, ser invasores de la realidad del otro sino ser llamados: en ese momento están siempre disponibles”. Bryce tiene la capacidad de contarnos profundos dramas desde el humor que translucen personajes y situaciones.
Llegando a su Lima todo el tiempo, llevándonos a tiempo para llegar a nuestra casa, esa que él nos ha construido y en la que no extrañamos nada y nos divertimos mientras nos cuenta las vidas y desamores de esos oñoñoy, hojitas de té y blanquiñosos que viven en el limeño San Isidro; nos cuenta la vida de esos gemelos que se visten para querer pertenecer a esa clase que los visita en su enorme Daimler negro con chofer. Huachafos cholos que viven apiñados, las historias siempre adolescentes de quienes descubren que el amor duele y que el mundo también duele y cómo duele ¿no?