Don Werner Aureliano Guttentag
“Hace 50 años que vienen cantando las mismas cosas, ni siquiera son creativos” dice don Werner Guttentag casi sin mirar a la veintena de maestros que han bloqueado la conjunción de las avenidas Ayacucho y Heroínas, a media cuadra de “Los amigos del libro”. Mientras cruzamos la calle señala la oficina de Correos y casi como pensando en voz alta reclama que por estos paros no hay servicio, reniega pues es de los pocos que siguen usando el papel para comunicarse a la distancia con sus amigos y familiares. Entramos a la librería y me cuenta que Kafka y Goethe se escribían todos los días, a veces más de una carta, a pesar de vivir en la misma ciudad “y como no existía la fotografía ellos sabían dibujar; se mandaban dibujos de sus casas”.
Están limpiando los estantes y libros de la librería para el traslado y el ambiente es relajado a pesar de que la situación en la calle es tensa. La librería se está trasladando, otra vez y Juanjo, que trabaja casi seis años con don Werner, bromea sobre la costumbre de los problemas sociales.
Mientras veo los estantes vacíos vienen a mi mente la antigua ubicación de esta librería, donde ahora funciona una perfumería que llena la esquina de la Heroínas y España de un pesado aroma dulzón; me acuerdo de don Juanito bajando libros de los altos estantes que estaban frente a la entrada.
La antigua sucursal estaba en la esquina de la General José María Achá con la Ayacucho donde ahora venden zapatos; la inaugural novedad de la sucursal en las Torres Sofer. Recuerdo también la rara sensación que me provocó la primera vez que vi la sucursal en Santa Cruz en una céntrica calle y su vieja construcción casi cúbica, casi hermética, casi fuera de lugar. Me acuerdo también de la sucursal en la zona sur en La Paz, frente a una pequeña placita, siempre me ha parecido la más tranquila de las sucursales pero, por algo que todavía no descubro, la más fría.
Salimos de la librería y nos sentamos a charlar un café que don Werner promete bueno. Cumple. Con una lucidez que cualquier político envidiaría (y todo boliviano agradecería) comenta la situación social del país, preocupado como cualquier otro boliviano pero el tema recurrente en sus charlas es la piratería y el daño que le hace a la industria editorial nacional. Hablar con este cochala por opción es un regalo a la inteligencia, don Werner es generoso con lo que sabe. Y sabe mucho.
Tocamos el tema del lenguaje y sus vericuetos, reclama por las nuevas reformas al idioma alemán “son ridículas, no pienso ni siquiera revisarlas” le gustan los retruécanos y me muestra, en un mail impreso, un texto que alguien hizo con unas posibles modificaciones a nuestro idioma. Hilarante. Otra digresión: su apellido significa, literalmente, Buendía, ¿tendrá algún parentesco con los Aurelianos de Cien años de soledad?
Con muy buen humor y llenas de sorpresas transcurren nuestras charlas. Me cuenta que una vez y luego de una conferencia que dictó Antonio Sánchez de Lozada, hermano del ex presidente, se le acercó y le dijo “ahora me siento mejor, usted también habla tan mal como yo”. Don Werner se ríe de su acento “Es el colmo cómo hablo el español, después de 80 años, miles de libros entregados, cientos de libros publicados, hablo como un súper gringo. Yo entro a un taxi y el tipo me pregunta en qué hotel quiere usted estar”, los taxistas le ofrecen tours por la ciudad. “Un acento tan idiota” ríe.
Están limpiando los estantes y libros de la librería para el traslado y el ambiente es relajado a pesar de que la situación en la calle es tensa. La librería se está trasladando, otra vez y Juanjo, que trabaja casi seis años con don Werner, bromea sobre la costumbre de los problemas sociales.
Mientras veo los estantes vacíos vienen a mi mente la antigua ubicación de esta librería, donde ahora funciona una perfumería que llena la esquina de la Heroínas y España de un pesado aroma dulzón; me acuerdo de don Juanito bajando libros de los altos estantes que estaban frente a la entrada.
La antigua sucursal estaba en la esquina de la General José María Achá con la Ayacucho donde ahora venden zapatos; la inaugural novedad de la sucursal en las Torres Sofer. Recuerdo también la rara sensación que me provocó la primera vez que vi la sucursal en Santa Cruz en una céntrica calle y su vieja construcción casi cúbica, casi hermética, casi fuera de lugar. Me acuerdo también de la sucursal en la zona sur en La Paz, frente a una pequeña placita, siempre me ha parecido la más tranquila de las sucursales pero, por algo que todavía no descubro, la más fría.
Salimos de la librería y nos sentamos a charlar un café que don Werner promete bueno. Cumple. Con una lucidez que cualquier político envidiaría (y todo boliviano agradecería) comenta la situación social del país, preocupado como cualquier otro boliviano pero el tema recurrente en sus charlas es la piratería y el daño que le hace a la industria editorial nacional. Hablar con este cochala por opción es un regalo a la inteligencia, don Werner es generoso con lo que sabe. Y sabe mucho.
Tocamos el tema del lenguaje y sus vericuetos, reclama por las nuevas reformas al idioma alemán “son ridículas, no pienso ni siquiera revisarlas” le gustan los retruécanos y me muestra, en un mail impreso, un texto que alguien hizo con unas posibles modificaciones a nuestro idioma. Hilarante. Otra digresión: su apellido significa, literalmente, Buendía, ¿tendrá algún parentesco con los Aurelianos de Cien años de soledad?
Con muy buen humor y llenas de sorpresas transcurren nuestras charlas. Me cuenta que una vez y luego de una conferencia que dictó Antonio Sánchez de Lozada, hermano del ex presidente, se le acercó y le dijo “ahora me siento mejor, usted también habla tan mal como yo”. Don Werner se ríe de su acento “Es el colmo cómo hablo el español, después de 80 años, miles de libros entregados, cientos de libros publicados, hablo como un súper gringo. Yo entro a un taxi y el tipo me pregunta en qué hotel quiere usted estar”, los taxistas le ofrecen tours por la ciudad. “Un acento tan idiota” ríe.
Una vez más mi memoria me deja y se va, otra vez, al lado de don Juanito: una vez le pedí que me busque unos libros que había publicado un bisabuelo mío, le dije que eran viejos y el se ofreció a realizar la pesquisa en “la ferretería” ¿Dónde? Pregunté y me explicó que le decían así pues era el lugar en el que guardaban esos “clavos” que nunca vendieron y de los que no se podían librar. Me acuerdo también de alguna vez que don Werner me mostró, entre risas, sus tarjetas personales de presentación:
Werner Guttentag
Bisabuelo.
Don Werner es un asiduo visitante de la historia boliviana, conoce muy bien sus vericuetos, pero su memoria no está alejada de su capacidad crítica: “Habría que releer Nacionalismo y coloniaje antes de cada elección”. Al contrario de Joseph Barnadas, ese ególatra ex jesuita, que tanto ha aportado al conocimiento boliviano, pero con quien es insoportable intercambiar más de una palabra, don Werner tiene la capacidad de abrirse a todos y hablar de forma simple sobe cualquier tema con inteligencia y buen humor.
Las familias de don Werner
La puerta corrige al visitante, no se está entrando a una casa, sino a dos. La que queda delante alberga a don Werner y a doña Evita y a los ocasionales nietos y bisnietos que visitan a la pareja que lleva más de 46 años casados. Al lado derecho de la construcción hay otra de similares dimensiones, una casa de dos pisos que alberga a la otra familia de los Guttentag: los libros. A la entrada un par de estantes, con libros de viajes y turismo, flanquean una espiral ascendente, la escalera sube hacia la derecha y la pared de la izquierda es un estante lleno que sube hacia las varias habitaciones que contienen toda una vida dedicada a los libros. El Edén de cualquier Eva o Adán lectores. La única habitación con llave guarda incunables y está resguardada por fotografías y caricaturas en los escasos vacíos de las paredes.
Sus hijos y nietos (no tan prolíficos como los Buendía) están contagiados de bibliofilia, así como mucho del personal que hace posible que una librería siga funcionando en Bolivia: mi amiga Jenny, José, don Salustio, Juanjo Fofo, Carmencita, Ana Paola, doña Cory, Anita, Cris, Eli, Edgar, Rubén y mi tocayo Willy, por mencionar sólo algunos.
Ya no existen las sucursales de la Heroínas ni la de la General Achá, la librería central se ha trasladado a la España, frente al Teatro Achá, don Juanito murió hace unos cuatro años, mi tocayo se fue a Milán a probar suerte, no he vuelto a las librerías que la firma tiene en La Paz ni a la de Santa Cruz, pero don Werner sigue trabajando, pero además sigue charlando cafés con todo aquel que quiera aprender algo más sobre la vida.
Las familias de don Werner
La puerta corrige al visitante, no se está entrando a una casa, sino a dos. La que queda delante alberga a don Werner y a doña Evita y a los ocasionales nietos y bisnietos que visitan a la pareja que lleva más de 46 años casados. Al lado derecho de la construcción hay otra de similares dimensiones, una casa de dos pisos que alberga a la otra familia de los Guttentag: los libros. A la entrada un par de estantes, con libros de viajes y turismo, flanquean una espiral ascendente, la escalera sube hacia la derecha y la pared de la izquierda es un estante lleno que sube hacia las varias habitaciones que contienen toda una vida dedicada a los libros. El Edén de cualquier Eva o Adán lectores. La única habitación con llave guarda incunables y está resguardada por fotografías y caricaturas en los escasos vacíos de las paredes.
Sus hijos y nietos (no tan prolíficos como los Buendía) están contagiados de bibliofilia, así como mucho del personal que hace posible que una librería siga funcionando en Bolivia: mi amiga Jenny, José, don Salustio, Juanjo Fofo, Carmencita, Ana Paola, doña Cory, Anita, Cris, Eli, Edgar, Rubén y mi tocayo Willy, por mencionar sólo algunos.
Ya no existen las sucursales de la Heroínas ni la de la General Achá, la librería central se ha trasladado a la España, frente al Teatro Achá, don Juanito murió hace unos cuatro años, mi tocayo se fue a Milán a probar suerte, no he vuelto a las librerías que la firma tiene en La Paz ni a la de Santa Cruz, pero don Werner sigue trabajando, pero además sigue charlando cafés con todo aquel que quiera aprender algo más sobre la vida.
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