Inodoro Pereyra nació en la pampa argentina, el nombre le vino de la rama paterna, pues su progenitor era plomero. A su lado anda Mendieta, un perro pequeño con el que comparte aventuras y reflexiones a viva voz, el can solía ser un aventajado estudiante de medicina que en las noches de luna llena se convertía en hombre-perro, hasta aquella vez del eclipse… está casado con la Eulogia, mujer trabajadora de proporciones épicas. El trío, con algunos animales más, vive en una pequeña choza en medio de la nada argentina. Estos personajes son creaciones del rosarino Roberto Fontanarrosa, el Negro, como le decían sus amigos, y son generalmente seres muy simples, que tienen pensamientos claros y sencillos, pero a la vez muy profundos.
Inodoro estuvo al lado del Negro hasta poco antes de su muerte hace dos años, pero ambos nos siguen cuestionando sobre las cosas esenciales de la vida desde las páginas que dejaron.
El trazo de Fontanarrosa refleja su forma de encarar la vida: un relámpago de creatividad que con un humor, cómplice con el lector, analiza las sociedades de acá (en el sur latinoamericano), nos retrata como somos y nos ayuda a reírnos de eso, a pesar de ello.
Inodoro es un gaucho que vive debajo de la línea de pobreza y sus posesiones son lo que lleva puesto, un poro para el mate, una daga y una agilidad mental que le permite zafar de cualquier situación con la dignidad de quien se toma la vida con la seriedad que se debería: ninguna. Cuando le preguntan cómo está responde “mal, pero acostumbrau” y anda buscando la manera de no trabajar.
Fontanarrosa es considerado, por muchos, como un referente en la literatura argentina, esto era inaudito para un humorista, peor todavía, para un humorista gráfico, sin embargo el Negro demostró con personajes como Inodoro Pereyra que se puede contar una realidad cruel para muchos desde la dignidad y con recursos lingüísticos propios del lugar sin buscar referentes externos o muy elaborados, como cuando Eulogia le dice, señalando las alpargatas viejas “o ellas o yo” Pereyra le contesta: Busque otra forma más sutil pa decir que me abandona.
Tal vez por eso fue que Roberto Fontanarrosa fue el encargado de abrir uno de los eventos académicos más importantes en la reflexión sobre el idioma: el Congreso de la Real Academia de la Lengua y lo hizo de la mejor forma posible, es decir haciendo reír a los asistentes a un acto que siempre ha estado marcado por la seriedad. ¿Qué causó tanta gracia en la disertación del Negro? Simple, Fontanarrosa se refirió a las malas palabras y comenzó preguntando si eran malas porque les pegaban a las buenas, que quién definía la bondad de una palabra e hizo una relación entre el fracaso de la revolución cubana y la falta de énfasis que genera el acento centroamericano en la pronunciación de las malas palabras.
Como buen latinoamericano, Inodoro hace las veces de doctor, psicólogo, psiquiatra, consejero, abogado, árbitro y solucionólogo general de quienes le rodean, sobre todo de sus animales: está en una constante y franca pelea con los loros que le quitan el escaso maíz que siembra y podría cosechar; media en las discusiones que tienen el chancho Nabuconodosor y Mendieta, el perro; ahuyenta a las hormigas con discursos para evitar que se lleven lo poco que queda de azúcar y pelea con cualquiera que lo venga a acosar con trabajo; le tiene pena y asco a su sobrino Serafín, que es la vergüenza de la familia, por ser vegetariano.
El humor que Fontanarrosa pone en Inodoro Pereyra tiene esa picardía latinoamericana en el uso del doble sentido que le damos al lenguaje, pero además la capacidad de mirarnos a nosotros mismos sin complejos, sin miedo de vernos pequeños y sin temor de mostrarnos como somos.
Mientras Inodoro, cabello seco como paja, bigote ídem, ojos batracios, mejillas triangulares, cuerpo delgado y deforme, nariz inmensa, pies descalzos y dedos chuecos mira, sentado sobre una piedra, el atardecer en la inmensidad gaucha, le dice a Mendieta, que le pregunta porqué no se peina una frase que describe muy bien el humor del Negro Fontanarrosa: “no quiero que las mujeres piensen que soy sólo una cara bonita”.
Inodoro estuvo al lado del Negro hasta poco antes de su muerte hace dos años, pero ambos nos siguen cuestionando sobre las cosas esenciales de la vida desde las páginas que dejaron.
El trazo de Fontanarrosa refleja su forma de encarar la vida: un relámpago de creatividad que con un humor, cómplice con el lector, analiza las sociedades de acá (en el sur latinoamericano), nos retrata como somos y nos ayuda a reírnos de eso, a pesar de ello.
Inodoro es un gaucho que vive debajo de la línea de pobreza y sus posesiones son lo que lleva puesto, un poro para el mate, una daga y una agilidad mental que le permite zafar de cualquier situación con la dignidad de quien se toma la vida con la seriedad que se debería: ninguna. Cuando le preguntan cómo está responde “mal, pero acostumbrau” y anda buscando la manera de no trabajar.
Fontanarrosa es considerado, por muchos, como un referente en la literatura argentina, esto era inaudito para un humorista, peor todavía, para un humorista gráfico, sin embargo el Negro demostró con personajes como Inodoro Pereyra que se puede contar una realidad cruel para muchos desde la dignidad y con recursos lingüísticos propios del lugar sin buscar referentes externos o muy elaborados, como cuando Eulogia le dice, señalando las alpargatas viejas “o ellas o yo” Pereyra le contesta: Busque otra forma más sutil pa decir que me abandona.
Tal vez por eso fue que Roberto Fontanarrosa fue el encargado de abrir uno de los eventos académicos más importantes en la reflexión sobre el idioma: el Congreso de la Real Academia de la Lengua y lo hizo de la mejor forma posible, es decir haciendo reír a los asistentes a un acto que siempre ha estado marcado por la seriedad. ¿Qué causó tanta gracia en la disertación del Negro? Simple, Fontanarrosa se refirió a las malas palabras y comenzó preguntando si eran malas porque les pegaban a las buenas, que quién definía la bondad de una palabra e hizo una relación entre el fracaso de la revolución cubana y la falta de énfasis que genera el acento centroamericano en la pronunciación de las malas palabras.
Como buen latinoamericano, Inodoro hace las veces de doctor, psicólogo, psiquiatra, consejero, abogado, árbitro y solucionólogo general de quienes le rodean, sobre todo de sus animales: está en una constante y franca pelea con los loros que le quitan el escaso maíz que siembra y podría cosechar; media en las discusiones que tienen el chancho Nabuconodosor y Mendieta, el perro; ahuyenta a las hormigas con discursos para evitar que se lleven lo poco que queda de azúcar y pelea con cualquiera que lo venga a acosar con trabajo; le tiene pena y asco a su sobrino Serafín, que es la vergüenza de la familia, por ser vegetariano.
El humor que Fontanarrosa pone en Inodoro Pereyra tiene esa picardía latinoamericana en el uso del doble sentido que le damos al lenguaje, pero además la capacidad de mirarnos a nosotros mismos sin complejos, sin miedo de vernos pequeños y sin temor de mostrarnos como somos.
Mientras Inodoro, cabello seco como paja, bigote ídem, ojos batracios, mejillas triangulares, cuerpo delgado y deforme, nariz inmensa, pies descalzos y dedos chuecos mira, sentado sobre una piedra, el atardecer en la inmensidad gaucha, le dice a Mendieta, que le pregunta porqué no se peina una frase que describe muy bien el humor del Negro Fontanarrosa: “no quiero que las mujeres piensen que soy sólo una cara bonita”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario