lunes, 13 de marzo de 2017

El Grand Prix Solar en primera persona

A principios del 2016, algunos docentes decidimos abrir un club de ciclismo para motivar a estudiantes, docentes y administrativos de la Cato a pedalear como respuesta a la pregunta ¿qué hago para ayudar a cuidar el medio ambiente? Aporté con el nombre (UCBici) y definitivamente ha cambiado mi percepción sobre la movilidad urbana sostenible. Generalmente, desde la academia se piensa, se analiza, se describe, se concluye y se explican los problemas de la sociedad y eso es vital para avanzar, pero en el caso del medioambiente, más allá de las respuestas académicas, cuenta cada paso que se dé, por muy pequeño que parezca.
Los estudiantes de Ingeniería Mecatrónica dieron pasos gigantes en movilidad urbana sostenible con el Catomóvil Solar, un vehículo híbrido que funciona con la energía de las piernas del conductor y con baterías de Litio, recargables con el astro rey. El domingo 20 de noviembre de 2016 el Catomóvil Solar ganó el primer Grand Prix Solar que se organizó en Cochabamba y que contó con la presencia de vehículos de todo el país en varias categorías. Fue una verdadera fiesta: imagine por un segundo, amable lector, las calles transitadas por vehículos que no emiten contaminación alguna, ¡ni siquiera auditiva!, el aire limpio, sin emisiones tóxicas ni el ensordecedor ruido del tráfico convencional, calles llenas de conductores que en vez de liberar su estrés gritándole a todo lo que se le atraviese, lo liberan pedaleando.
Debido a que encontré en la bicicleta una manera de asumir mi responsabilidad con el medio ambiente, los estudiantes de Ingeniería Mecatrónica me invitaron a formar parte del proyecto como segundo piloto y fue una experiencia fantástica. Hay una frase que dice que los docentes aprenden de sus estudiantes y a veces se dice de memoria, pero si algo tengo que agradecer a los constructores del Catomóvil Solar fue todo el aprendizaje que me brindaron. José Luis Dorado, docente de Mecatrónica, le puso el pecho a las balas, fue el responsable del proyecto y con la sabiduría que lo caracteriza, dejó en manos de los estudiantes toda su ejecución.
El diseño y la construcción estuvieron acompañados todo el tiempo por dos expertos, que además, son personas generosas, entregadas a su trabajo y amenas: Gerardo Moscoso y Enrique Flores, que se encargaron de supervisar a los estudiantes, mientras que la capitana del equipo, Anita Amaya, se enfrentó a la burocracia y motivó a todos a seguir adelante.
Natalia Quiroga, Junior Gonzales, Mauricio Oroza, Nicolás Morón, Sergio Rosales, Daniel Rivero y Benjamín Villegas trabajaron en el diseño, la construcción y el mantenimiento del vehículo y literalmente dejaron de dormir varias noches, con un compromiso ejemplar, para dejar el auto listo y durante la competencia estuvieron solícitos para solucionar los pequeños inconvenientes que sucedieron.
Párrafo aparte para Javier Gastelú, pues no solo formó parte del equipo de constructores, consiguió partes para el vehículo que parecían inexistentes y acompañó toda la manufactura, sino que además fue el primer piloto y el que más distancia recorrió. A él, mi admiración.
El equipo completo en la llegada, el piloto cuarentón soy yo
Gracias a todas esas increíbles personas que me dieron la oportunidad de ser parte del futuro del transporte urbano y que me enseñaron el nuevo rol de la academia.

(Publicado en Opinión el 25/11/16)

domingo, 20 de julio de 2014

Sabia entrelibros



Carola es sabia. La conozco hace ya muchos años, tal vez más de los que, por vanidad, quisiera admitir. Recuerdo con una rara nitidez la primera vez que la vi, estaba sentada en un minúscula mesa circular, de esas que tienen las patas de hierro, estaba acompañada de su incontestable garbo, de esa elegancia que tiñe de colores cálidos cada pensamiento suyo, pero también acompañada de un objeto que está ahí desde siempre, un libro.
La sabiduría de esta mujer se hace evidente al instante que uno habla con ella, reflexiona sobre las cosas más profundas de la vida con una sencillez que nunca deja de asombrar y es capaz de desequilibrar tu día con cualquier idea que te atornilla a la cabeza, ideas naturales y tan lógicas que parecen haber estado dando vueltas por ahí durante mucho tiempo, pero que en realidad fueron ideadas ahorita, mientras te las va diciendo.
Esa primera vez que la vi, ella leía en un angosto rincón en la librería que don Werner, su papá, tenía en la primera esquina de la General Achá y recuerdo que me llamó mucho la atención porque la luz del oeste, que iluminaba la mesa sobre la que tenía apoyado el libro, de alguna manera parecía abstraerla: la rodeaba físicamente casi como en una pintura flamenca, pero el efecto era más subjetivo que objetivo, casi la desprendía del instante. Aquí podría decir algo cursi como "y en ese momento supe que quería ser un lector como ella", pero la verdad es que ese momento solo pensé en lo cómoda que se veía. A lo largo de los años que he compartido su amistad he ido comprendiendo poco a poco qué significaba esa comodidad y estoy comenzando a pensar que si se le puede dar un nombre, podría ser complicidad.
Hace poco me dijo que ella heredó de su papá ese “clic” que le dice cuándo un libro va a gustarte, que es algo que no se puede enseñar y a pesar de ello, Carola siempre está a la pesca de alguna novedad, cuando piensa en hacer un pedido para su librería sigue preguntando a los que entran qué les pareció tal o cual libro o autor y ella anota las variables mentalmente en su gigante base de datos y luego procesa complejos algoritmos para decirte, con la mayor naturalidad “ah, entonces, deberías leer a fulano”. Nunca se equivoca, pero siempre te dice las cosas casi con timidez, con mucho respeto.
No recuerdo cuándo comenzamos a hablar, ni cómo nos hicimos amigos, tampoco me había dado cuenta de todas las cosas que Carola me ha ido enseñando, la cantidad de autores que me ha recomendado, sin esas infladas ínfulas de crítico que quiere parecer más culto o inteligente de lo que es, sino más bien como una madre que te señala, con la mirada cómplice, cuál es la fruta más dulce del árbol que tú, de tan encaramado que estás, no puedes distinguir bien. Pero también he aprendido mucho sobre la vida con escucharla, antes iba solo y me quedaba mucho tiempo charlando, ahora voy con mis hijos, que han comenzado a leer y se sienten bien ahí, la escuchan y miran todo con ojos y oídos de esponja.
Cuando ella era niña leía con muchísimo cuidado los libros de la librería de su papá, con cuidado porque había que venderlos luego y con prisa porque nunca sabías cuándo se lo llevaban y te dejaban sin el último capítulo, tal vez por eso desarrolló esa complicidad, no solamente con el texto, sino también con los lectores. Tal vez por eso, cada que entras a su librería sientes que ella te puede leer y de la manera más natural te pasa los libros que, por supuesto, luego disfrutas.
Stefan Zweig, poeta del que tradujo junto con don Werner algunos textos, dijo alguna vez "Mientras haya hombres necesitados de alegría, hombres que, agotados por la tensión trágica de las pasiones, quieran escuchar la música misteriosa de la poesía que fluye quedamente de las cosas, las novelas de Dickens retornarán también incesantemente" Carola Guttentag te señala a Dickens, a tu Dickens particular. Esa sabiduría particular en el poco reconocido oficio del librero hacen de esta mujer única e imprescindible para nuestra ciudad.

Publicado en La Ramona, Opinión (25/05/2014)

lunes, 17 de septiembre de 2012

El Ché vive... en la zona sur


El Rnst con su viola
A veces siento que todo se torna en contra mío, que por más que intente, siempre habrán factores que son más poderosos que yo. Normalmente me pasa que cuando estoy así pienso en aquellas personas que realmente tienen el derecho de decir que la vida se las puso difícil, sí, sí, conozco la frase del mal de muchos y consuelo de tontos, pero en este caso ni tan muchos, y definitivamente no tontos.
Primero pienso en Ernesto Guevara, pero no en el médico que fue traicionado por Fidel, sino en el orureño al que su mamá le puso el nombre de dos de sus ídolos: el del Ché y el de Beckenbauer (el único alemán que ha ganado un campeonato mundial de fútbol como jugador y otro como entrenador), así que su nombre completo es Ernesto Franz Guevara Quiroz. Ernesto tuvo un tipo de poliomielitis cuando estaba en el vientre de su madre y nació con uno de sus tendones de Aquiles dañado. Antes de cumplir los tres años ya había sido intervenido en varias cirugías y antes de los siete años el médico les dijo a sus padres que para una nueva operación se debería evitar la anestesia porque ya había recibido demasiada en su corta vida y ello podría afectar su sistema nervioso. Ernesto recuerda a los médicos y a sus padres explicándole que debía soportar el dolor del corte y que luego no le iba a doler nada más, tal cual, el dolor fue tan intenso que se desmayó y los médicos pudieron continuar con la cirugía.

La vida de Ernesto es un ejemplo de que cuando uno quiere algo, solo tiene que trabajar para lograrlo, como consecuencia de la enfermedad que tuvo, siempre cojeó, pero se rehusó a que las personas tuvieran lástima de él, por ello es que desde niño hizo todo lo posible por dejar claro que él valía por sus méritos: fue campeón colegial y luego departamental de atletismo en una prueba difícil si las hay y en la segunda ciudad más alta del país (800 metros planos), luego ganó varios concursos de pintura en su Oruro natal e incursionó exitosamente en deportes como Tenis o Karate.
Sin embargo todo cambió cuando encontró, entre las cosas de su padre, una vieja cinta de audio con grabaciones de Alfredo Domínguez, el mejor guitarrista que tuvo la historia nacional y uno de sus mejores compositores. Ernesto se dedicó (sin maestro ni idea previa de música) a intentar copiar esos sonidos, se podría comparar a encontrar reproducciones de pinturas de Rembrandt e intentar a aprender a pintar. Cuando por fin pudo, casi diez años después, fue nombrado embajador boliviano de la música, nombramiento meritorio del que posee el récord de tiempo en ejercicio. Cree fervientemente en el rock como mecanismo de protesta y lidera la banda Bajo tierra, usa el cabello largo y jeans, motivo por el cual, junto con su cojera fue prejuiciado varias veces, incluso en instituciones de formación superior.
Ernesto estudió comunicación social en estas aulas y sus escritos sobre teoría comunicacional tienen una lucidez envidiable, construyó una casa muy grande en la zona sur de Cochabamba y la abrió a los niños y jóvenes de su barrio que necesitan ayuda con sus tareas o una biblioteca en la que puedan buscar información, pues no solo profesa, sino que ejerce una profunda convicción pedagógica en todos sus actos; esa casa también se abre a los amigos quienes llegan con guitarras y ganas de compartir noches de tertulias. Tiene dos hijos, Violeta (nombrada por la hermana de Nicanor Parra) y Luis (único “stronguista” de la casa, nombrado así por el jesuita Espinal).
Pienso en muchos hombres y mujeres que supieron trabajar en pro de los demás, pues pienso que la mejor forma de autoayuda es hacer algo por alguien que lo necesita, que es la definición que tenían los griegos para al héroe; pienso en Oscar Pistorius, el sudafricano que logró clasificar a la semifinal de los 400 metros planos en últimos juegos olímpicos a pesar de correr con prótesis en ambas piernas; pienso en Marie Curie que sacrificó su vida para que tengamos energía nuclear; pienso en Arturo Borda, catalogado de loco y a pesar de ello (o tal vez por ello, pues era rebelde) hizo la parte más hermosa de la pintura boliviana modernista; en tantas personas que nunca aceptaron un no como opción: Jorge Luis Borges, Cristóbal Colón, Avelino Siñani y Elisardo Pérez, Juan Carlos Gumucio, Galileo Galilei, Adela Zamudio, Hellen Keller, Martin Luther King, Juan XXIII, entre miles que han forjado la historia de la voluntad sobre el prejuicio. Cada que pienso en ellos, mis problemas resultan inexplicablemente pequeños y absolutamente intrascendentes y mi gratitud, junto con mi responsabilidad, aumenta.

viernes, 4 de febrero de 2011

Mimado es bigote


A Wilson Tancara le dicen “mimado”, nunca supe bien porqué, pues viene de una de las bandas de atracos y robo de vehículos más conocidas. El otro día me contó cómo un muchacho celoso le clavó en el culo la pequeña (y yo juraba inútil) navaja que tienen los cortaúñas. Mientras terminaba el baile con la novia del clavador ya fue pensando en su venganza: días más tarde, mimado, fue a la salida de colegio del celoso adolescente y lo agarró, lo amarró, lo subió a la parte trasera de su automóvil y lo llevó hasta donde el motor caliente lo pudo subir dentro del parque Tunari, el chiquillo lloraba y rogaba por su vida, y mimado conducía con la serenidad que siempre tiene al hablar, con esa tranquilidad que te intranquiliza pues con sus largos y difíciles 20 años ha visto más cosas que un chiquillo citadino de 40. Llegaron allí, a ese sitio que escogió por nada en particular y mimado le dio un par de bofetadas (más para que se calme que para dañarlo) y luego le quitó los zapatos y los calcetines, le dio en las plantas de los pies con un palo y le clavó pedazos de hojas de afeitar en ambas plantas, lo miró sin decirle nada y se fue, dejándole el largo camino de bajada con las manos atadas.

La madre y el abogado del clavador (ahora clavado) emitieron una orden según la cual Wilson tiene que estar, mínimo, a 100 metros de su víctima. Mimado pasa sus fines de semana en la cárcel en la que visita a su familia (es el único que quedó fuera) y dice que saca fuerzas para dejar para siempre ese mundo sólo con ver a su hija que va a cumplir 2 años. La palabra que usa para describir algo superlativo es única: una vez me trajo un Ipod para que le ayude a bajar su música y cuando le pregunté porqué había escogido esa marca, dijo “Mac es bigote”.

jueves, 20 de enero de 2011

El Chino nunca perdió el control


Juan Carlos Tola, es conocido, por sus compañeros de trabajo como “El Chino”, sin embargo, y como se verá a continuación deberá ser conocido como “El Maestro” “El Capo” o algo así.

Cerca de Santiváñez, donde se encuentra la idea, a medias ejecutada, de un parque industrial para el valle cochabambino, están algunas de las granjas que la avícola IMBA tiene en este valle de lágrimas. En la granja Kantuta se crían los pollos a partir de su día 36, mismos que luego serán comidos por seres insensibles y de mal gusto.

El Chino es el responsable de cuidar tanto la granja como los pollos que allí se crían y tanto él como sus pollos viven ajenos a cualquier ajetreo citadino o convención social: mientras que las aves se amontonan en cientos y viven en una misma temperatura todos los días de su vida, Juan Carlos es quien vela por esa temperatura, luego termina su labor y se va a casa como todos (es un decir) donde es atendido con esmero por sus dos mujeres y sus tres hijos, dos con la primera y “oficial” y la menor de sus hijas con su segunda mujer, hermana menor de la primera.

Dice que no tienen celos una de otra y que viven en perfecta armonía “ayuda que no tengo suegra”. Sabias palabras.

jueves, 6 de enero de 2011

Manuel


Se llama Manuel, es conductor, es dominicano y su pasión, como la de muchos allá, es el baseball. Manuel era el responsable de llevarnos y traernos de y hasta el hotel. Como siempre sucede cuando grupos de personas se encuentran todo el día, cada quien asume que los sitios en los que se sienta son inamovibles, así que decidí sentarme al lado de Manuel quien me explicó (o por lo menos lo intentó vehementemente) los números que salen en la parte baja de la pantalla cuando a un jugador le toca su turno al bate, Manuel me fue aclarando promedios de bateo, cómo se van eliminando los equipos que juegan las Grandes ligas, procesos de selección de jugadores, entre otro asuntos tan densos para mi como la explicación del gato de Schrödinger.
Manuel fue una incomparable compañía dentro y fuera del bus, pues tuve la suerte de ser elegido para acompañarle en un almuerzo que hizo que los buffets del hotel de 5 estrellas en los que nos alojó la organización se vean (y saboreen) pobres. Manuel nos llevó a una especie de mercado popular de comidas en el medio de Santo Domingo donde el arroz blanco y los porotos bayos estaban en todos los puestos, probamos un poco de todo: un montón de bichos de mar, carnes de chancho, de res y de pollo (al que no le tengo mucho cariño, pero debo reconocer que estaba buenísimo). Todo barato, todo rico, todo hecho con ese buen humor típico del Caribe. Salud, con ron blanco puro a Manuel: siempre con un chiste en la boca y un sombrero blanco a mano.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El turista de luto

Note el lector la mirada de típica envidia cochala de la que fue acusado el autor


Con todo el dolor de mi alma tuve que decirle que no a Miguel, mi dealer de libros; había llegado en su moto y como siempre que llega esperaba con ansias el encargo: 20 minutos antes me había llamado para decirme que tenía en sus manos el libro que publicaron, creo que con motivo del bicentenario de la llajta, con las fotografías del primer fotógrafo profesional que Bolivia tuvo, Rodolfo Torrico Zamudio, sobrino de la poetiza Adela y amigo inseparable de los perros.

El trabajo de Torrico es vital para comprender la sociedad boliviana de principios y mediados del siglo pasado, central como documento visual y ético de la Guerra del Chaco y necesario para comenzar a reconocernos como generadores de planteamientos estéticos y técnicos en el ámbito fotográfico. Algo de eso es mencionado en lo único que se puede rescatar del libro: el texto introductorio escrito por Ramón Rocha, recién nombrado El Cronista de la ciudad (el Cronopio de la ciudad, le hubiera sentado mejor).

Un momento antes de que Miguel me entregue el libro ya había lamentado el diseño de la tapa, pero ese sería el menor de los males que aquejan esta publicación: la tapa blanda no protege al disco compacto que acompaña, en la solapa de la contratapa, y tampoco condice con una edición cuidada (ni con los casi 300 Bs. que cuesta). Sin embargo todo lo anterior queda pequeño al lado de los tres serios problemas que tiene el mentado tomo:

1) El proceso de digitalización de las imágenes es, cuando menos, defectuoso pues no solamente no han sido “escaneadas” con la resolución adecuada, motivo que generó varias imágenes en las que se puede observar el píxel y suscita la pregunta si no pudieron conseguir un mejor scanner o si los tamaños escogidos para la edición no eran los apropiados. En todo caso la respuesta no importa, sí en cambio la sensación de una edición con muy poco cuidado o sin el asesoramiento de un técnico capacitado.

2) Para la impresión del libro se seleccionó material de baja calidad, tanto en papel como en tinta, aquello generó un pobre resultado, en lugar de apreciar el trabajo de “El turista” Torrico me preguntaba constantemente si los tonos de grises logrados eran los pensados y obtenidos inicialmente o si eran resultado del desastre bicentenario. Intentaré explicarme: cuando la tinta o el papel son de baja calidad sucede que el color negro no termina de fijarse correctamente y se “mancha” del color que queda en la hoja con la que hace contacto, si se tiene la mala suerte de que esa hoja sea blanca, resulta que ese espacio negro queda con pequeñas marcas blancas. En un trabajo como el de Torrico en el que tanto el blanco, como el negro y toda la escala de grises son centrales una impresión así echa por tierra cualquier intención inicial del autor.

3) Finalmente lo peor que le podía pasar a un conjunto fotográfico es que se publique sin tomar en cuenta que la sucesión de imágenes no se ordenan simplemente por el formato o por el tema, editar un libro fotográfico debe ser uno de los trabajos más difíciles que existen, para muestra el botón que dejaron algunos de los maestros en este arte: Adams, Frank, Cartier-Bresson, Larraín, Killip, Szyd o Koudelka quienes tenían claro que no era suficiente hacer fotos de alta calidad (técnica y estética) y que tampoco era suficiente que cuenten una historia sino, y sobre todo, encontrar un orden particular en las imágenes que formen una idea, que construyan un concepto (o varios) que le permitan al lector ir armando mentalmente una secuencia ordenada que prefigure ideas, sensaciones, recuerdos que vayan formando un ensayo visual con objetivos claros, en fin aquello que las editoriales serias denominan edición. Sin una edición adecuada una serie de imágenes individualmente muy cuidadas tanto en forma como en fondo puede convertirse en un amasijo de carne con madera, un grupo de fotos sin orden, un cha’jchu visual, o peor… un libro de “homenaje” al más grande fotógrafo boliviano.


(Publicado en Los Tiempos, Lecturas, el 26 de Septiembre de 2010)

Fe de erratas: Luego de la publicación, charlando con Mauricio Sánchez, llegamos a la conclusión de que se trataba de un error olvidarse de Cordero a la hora de establecer el fotógrafo más grande de la historia boliviana, queda entonces para el debate y se sugiere leer "al más grande fotógrafo cochala" donde dice "al más grande fotógrafo boliviano".