lunes, 17 de septiembre de 2012

El Ché vive... en la zona sur


El Rnst con su viola
A veces siento que todo se torna en contra mío, que por más que intente, siempre habrán factores que son más poderosos que yo. Normalmente me pasa que cuando estoy así pienso en aquellas personas que realmente tienen el derecho de decir que la vida se las puso difícil, sí, sí, conozco la frase del mal de muchos y consuelo de tontos, pero en este caso ni tan muchos, y definitivamente no tontos.
Primero pienso en Ernesto Guevara, pero no en el médico que fue traicionado por Fidel, sino en el orureño al que su mamá le puso el nombre de dos de sus ídolos: el del Ché y el de Beckenbauer (el único alemán que ha ganado un campeonato mundial de fútbol como jugador y otro como entrenador), así que su nombre completo es Ernesto Franz Guevara Quiroz. Ernesto tuvo un tipo de poliomielitis cuando estaba en el vientre de su madre y nació con uno de sus tendones de Aquiles dañado. Antes de cumplir los tres años ya había sido intervenido en varias cirugías y antes de los siete años el médico les dijo a sus padres que para una nueva operación se debería evitar la anestesia porque ya había recibido demasiada en su corta vida y ello podría afectar su sistema nervioso. Ernesto recuerda a los médicos y a sus padres explicándole que debía soportar el dolor del corte y que luego no le iba a doler nada más, tal cual, el dolor fue tan intenso que se desmayó y los médicos pudieron continuar con la cirugía.

La vida de Ernesto es un ejemplo de que cuando uno quiere algo, solo tiene que trabajar para lograrlo, como consecuencia de la enfermedad que tuvo, siempre cojeó, pero se rehusó a que las personas tuvieran lástima de él, por ello es que desde niño hizo todo lo posible por dejar claro que él valía por sus méritos: fue campeón colegial y luego departamental de atletismo en una prueba difícil si las hay y en la segunda ciudad más alta del país (800 metros planos), luego ganó varios concursos de pintura en su Oruro natal e incursionó exitosamente en deportes como Tenis o Karate.
Sin embargo todo cambió cuando encontró, entre las cosas de su padre, una vieja cinta de audio con grabaciones de Alfredo Domínguez, el mejor guitarrista que tuvo la historia nacional y uno de sus mejores compositores. Ernesto se dedicó (sin maestro ni idea previa de música) a intentar copiar esos sonidos, se podría comparar a encontrar reproducciones de pinturas de Rembrandt e intentar a aprender a pintar. Cuando por fin pudo, casi diez años después, fue nombrado embajador boliviano de la música, nombramiento meritorio del que posee el récord de tiempo en ejercicio. Cree fervientemente en el rock como mecanismo de protesta y lidera la banda Bajo tierra, usa el cabello largo y jeans, motivo por el cual, junto con su cojera fue prejuiciado varias veces, incluso en instituciones de formación superior.
Ernesto estudió comunicación social en estas aulas y sus escritos sobre teoría comunicacional tienen una lucidez envidiable, construyó una casa muy grande en la zona sur de Cochabamba y la abrió a los niños y jóvenes de su barrio que necesitan ayuda con sus tareas o una biblioteca en la que puedan buscar información, pues no solo profesa, sino que ejerce una profunda convicción pedagógica en todos sus actos; esa casa también se abre a los amigos quienes llegan con guitarras y ganas de compartir noches de tertulias. Tiene dos hijos, Violeta (nombrada por la hermana de Nicanor Parra) y Luis (único “stronguista” de la casa, nombrado así por el jesuita Espinal).
Pienso en muchos hombres y mujeres que supieron trabajar en pro de los demás, pues pienso que la mejor forma de autoayuda es hacer algo por alguien que lo necesita, que es la definición que tenían los griegos para al héroe; pienso en Oscar Pistorius, el sudafricano que logró clasificar a la semifinal de los 400 metros planos en últimos juegos olímpicos a pesar de correr con prótesis en ambas piernas; pienso en Marie Curie que sacrificó su vida para que tengamos energía nuclear; pienso en Arturo Borda, catalogado de loco y a pesar de ello (o tal vez por ello, pues era rebelde) hizo la parte más hermosa de la pintura boliviana modernista; en tantas personas que nunca aceptaron un no como opción: Jorge Luis Borges, Cristóbal Colón, Avelino Siñani y Elisardo Pérez, Juan Carlos Gumucio, Galileo Galilei, Adela Zamudio, Hellen Keller, Martin Luther King, Juan XXIII, entre miles que han forjado la historia de la voluntad sobre el prejuicio. Cada que pienso en ellos, mis problemas resultan inexplicablemente pequeños y absolutamente intrascendentes y mi gratitud, junto con mi responsabilidad, aumenta.